Atención: el cambio climático advirtió sobre un futuro alimentario crítico y lo que tenés que saber YA.

El pasado mayo, Japón se vio envuelto en un escándalo político cuando Taku Eto, el ministro de Agricultura, dimitió tras hacer un comentario poco apropiado: afirmó que nunca compraba arroz porque se lo regalaban sus simpatizantes. Esta declaración, aunque desafortunada, resonó con fuerza en un contexto donde el arroz, un alimento básico en la dieta japonesa, escasea y su precio se ha duplicado en pocos meses. La situación es tan crítica que el gobierno ha liberado 500.000 toneladas de las reservas nacionales para intentar frenar el aumento de precios.
Las razones detrás de esta crisis son múltiples. El cambio climático, la presión del turismo de masas y el temor a desastres naturales se entrelazan para crear un ambiente de escasez. Las altas temperaturas y las intensas lluvias han deteriorado la producción de arroz, mientras que el turismo, que atrajo casi 37 millones de visitantes a Japón el año pasado, ha aumentado la demanda de este grano, especialmente para platos como el sushi. Este aumento en el turismo no solo ha desafiado la capacidad del país para abastecer a su población, sino que también ha puesto de relieve la frágil situación de la producción alimentaria.
Lo que se observa en Japón no es un fenómeno aislado. En Brasil, por ejemplo, la producción de café arábica, del cual es el principal exportador mundial, ha disminuido mientras la demanda global continúa creciendo. En Uruguay, la capital se quedó sin suministro de agua potable en 2023, y en México, la producción de maíz blanco no logra cubrir la demanda interna, lo que ha llevado a un aumento del 168% en las importaciones de este cereal desde Estados Unidos en el primer trimestre de 2025. La ironía es profunda: en el país que es símbolo del maíz, la moda este año es un cinturón elaborado con maíz norteamericano.
El Efecto del Cambio Climático
El cambio climático está afectando la producción global de alimentos de maneras alarmantes. Según el Informe de la Nutrición Mundial, publicado en 2021, los sistemas agrícolas actuales generan más de un tercio (35%) de las emisiones de gases de efecto invernadero, contribuyendo así al calentamiento de la Tierra. Este aumento de temperatura, a su vez, provoca fenómenos naturales extremos que devastan ecosistemas y cultivos. Por ejemplo, un aumento de solo un grado Celsius puede traducirse en una reducción de 120 kilocalorías diarias por persona en la producción de alimentos, según un estudio de la revista Nature. Esta reducción es especialmente crítica en las regiones productoras de cultivos básicos.
El empobrecimiento de los suelos es otro desafío enorme. Un suelo sin nutrientes no puede sostener cultivos saludables, lo que a su vez afecta la seguridad alimentaria. En la región mediterránea, donde el clima está cambiando más rápidamente que en otras partes del mundo, se prevé que la desertificación y la degradación del suelo aumenten significativamente. Los efectos del cambio climático están aumentando el riesgo de plagas, disminuyendo la biodiversidad y aumentando la incidencia de enfermedades zoonóticas. Las proyecciones son sombrías: en un escenario de altas emisiones de gases de efecto invernadero, se prevé que los rendimientos de cultivos como el trigo y el maíz en el sur de Europa disminuyan hasta en un 50% para 2050.
La situación no es diferente en España, donde el precio del aceite de oliva se encareció dramáticamente entre 2021 y 2023, alcanzando más de diez euros por litro, una situación que llevó a las tiendas a proteger sus productos con alarmas de seguridad. En Marruecos, la grave crisis hídrica ha obligado al país a cancelar el Eid al-Adha por primera vez en casi tres décadas, evidenciando cómo la falta de recursos puede impactar profundamente en la cultura y tradiciones locales.
Ante este panorama, expertos como José Miguel Mulet, catedrático del Departamento de Biotecnología de la Universidad Politécnica de Valencia, abogan por una inversión mayor en investigación agraria y alimentaria. Mulet señala que el marco legal europeo es demasiado restrictivo, lo que limita la capacidad de innovar en el sector. Argumenta que, si no se permite el uso de ciertas tecnologías, como los transgénicos o métodos de edición genética, Europa se verá obligada a importar lo que podría producir localmente, comprometiendo así su soberanía alimentaria.
La necesidad de innovar y escalar en el ámbito agrícola es crítica. El Instituto Europeo de Innovación y Tecnología (EIT) ha creado EIT Food, una comunidad destinada a impulsar el emprendimiento alimentario en Europa, invirtiendo 83 millones de euros en países del sur del continente, los más afectados por el cambio climático. Begoña Pérez Villarreal, directora general de EIT Food en el Sur de Europa, enfatiza la importancia de trabajar de manera colaborativa entre productores, científicos y administraciones para abordar estos grandes desafíos.
La agricultura regenerativa surge como una tendencia prometedora para mitigar estos efectos. Proyectos como LILAS4SOILS buscan restaurar la salud del suelo mediante prácticas de agricultura de carbono, un enfoque que involucra a los agricultores y promueve la sostenibilidad. La salud de los suelos es fundamental para transformar el sistema agroalimentario y asegurar la producción de alimentos para un mundo en crecimiento. Sin embargo, este cambio debe ser sistémico y requerirá la colaboración de múltiples actores.
En un mundo donde cada vez más personas enfrentan la inseguridad alimentaria —casi 2.600 millones de personas no pueden permitirse una dieta saludable— es crucial reconocer que la solución a esta crisis no es solo tecnológica, sino también política y social. Como bien apunta Mulet, “si tienes mucha producción, pero el reparto es ineficiente y la gente sigue pasando hambre, el problema no es la tecnología, sino el sistema que la rodea.” En este contexto, la ciencia y la cooperación se presentan como herramientas esenciales para enfrentar un futuro incierto.
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