¡Impactante! Descubre cómo "Yo sí te creo" revela los oscuros secretos detrás de 500 casos de abuso infantil en Argentina.

Hoy, 19 de noviembre, a las 18 horas, el Patio Olmos se convertirá en un punto de encuentro para aquellos que alzan la voz contra el abuso sexual en infancias y adolescencias. Bajo la consigna “¡Yo sí te creo!”, sobrevivientes, madres protectoras, profesionales y activistas feministas se reunirán para visibilizar un problema que afecta a nuestra sociedad en múltiples niveles. La situación ha cobrado aún mayor urgencia tras los recientes recortes presupuestarios en programas de protección y prevención de violencia de género, impulsados por el gobierno de Javier Milei. Bajo el argumento de la falta de fondos, se han desmantelado servicios esenciales que apoyaban a las víctimas y que son fundamentales para abordar esta problemática.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que 1 de cada 5 niñas y 1 de cada 13 niños son víctimas de abuso sexual. En Argentina, datos del Programa “Las Víctimas Contra Las Violencias” muestran que en el 74,2% de los casos, los agresores son personas del entorno cercano de la víctima: 56,5% son familiares y 17,7% son conocidos no familiares. Sin embargo, la detección de abusos es compleja, ya que ocurre, en su mayoría, entre cuatro paredes. La voz de las infancias es, por tanto, la evidencia crucial para identificar estos crímenes. A pesar de esto, se estima que de cada 1,000 abusos, solo se denuncian 100 y apenas uno recibe condena. Esta situación evidencia un sistema judicial adultocéntrico y patriarcal que no brinda la protección necesaria a las víctimas.
La reciente reacción del sistema judicial hacia las denuncias de abuso es alarmante. Casos como el de Constanza Taricco muestran cómo la justicia puede desoír las voces de las infancias. En este caso, la jueza Sandra Cúneo decidió restituir a dos hijxs a su progenitor en Alemania a pesar de las irregularidades y la falta de consideración hacia las circunstancias de los menores. La judicialización de estas situaciones no solo pone en riesgo a las víctimas, sino que también busca criminalizar a las madres protectoras y a los profesionales que las apoyan.
Un aspecto particularmente preocupante es el uso del sindrome de alienación parental (SAP), una práctica que deslegitima el testimonio de los niños, acusándolos de estar “alienados” por la madre o cuidadora que denuncia el abuso. Este enfoque ha llevado a consecuencias desgarradoras, como en los casos de Flavia Saganías y Gilda Morales, quienes sufrieron condenas desproporcionadas mientras sus hijos vivían con sus agresores.
La situación actual en Argentina es fruto de un retroceso en las políticas de género. Desde la desaparición del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad en 2024 hasta los recortes en programas destinados a la prevención del embarazo adolescente y el cierre de espacios de primera infancia, se observa un desmantelamiento sistemático de las instituciones que trabajan en la protección de infancias y adolescencias. La propuesta de reducir la edad de punibilidad a 13 años y la flexibilización de controles para el viaje de menores son sólo algunos ejemplos de cómo se está desprotegiendo a NNyA.
La movilización de hoy no es solo un acto simbólico; es una respuesta a la indiferencia del Estado frente al dolor de las víctimas. La consigna “¡Yo sí te creo!” resuena con fuerza, recordándonos que detrás de cada estadística hay historias de niñes y familias que enfrentan el daño irreparable del abuso sexual. La lucha por una educación sexual integral, una reforma del sistema judicial que garantice el derecho a la denuncia, y la protección de quienes se atreven a hablar son pilares fundamentales en este camino.
La violencia sexual es un tema que no puede ser ignorado. La comunidad debe actuar en conjunto para enfrentar esta realidad. La libertad de los violentos no puede seguir avanzando. Es responsabilidad de todos exigir un cambio significativo, un cambio que respete la verdad de las víctimas y garantice un futuro más seguro para nuestras infancias.
*Por Camila Barey, de Akelarre Feminismo Popular, para La tinta
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