La epidemia desata una ola de delincuencia: ¿cuántos robos más en tu barrio? ¡No te lo pierdas!

A lo largo de la historia, las epidemias no solo han causado estragos en la salud de las poblaciones, sino que también han sido un terreno fértil para la delincuencia. La pandemia de COVID-19 no fue la excepción. Mientras la población mundial lidiaba con un virus desconocido pero ya bien documentado en el ámbito científico, aparecieron oportunistas que vieron en la crisis una oportunidad perfecta para lucrar a costa del miedo y la necesidad de protección sanitaria. Desde mascarillas hasta respiradores de baja calidad, los estafadores encontraron en la angustia colectiva el caldo de cultivo ideal para sus fechorías.

La historia nos enseña que el caos social y la urgencia por acceder a bienes esenciales son propensos a atraer a estafadores, contrabandistas y corruptos. No es un fenómeno moderno; durante la peste que asoló Malta entre 1813 y 1814, algunos guardias robaron ropa de camas y lienzos potencialmente infectados de un barco en cuarentena, vendiéndolos en el mercado negro y contribuyendo a la propagación de la enfermedad. La codicia no solo fue un delito, sino un factor que amplificó la devastación de la pandemia.

Desde tiempos inmemoriales, la charlatanería ha sido una forma persistente de criminalidad en situaciones de crisis sanitaria. Durante oleadas de peste, cólera o gripe, muchos ofrecieron pócimas y curas milagrosas sin base científica, alimentando la desconfianza hacia la medicina oficial y desperdiciando valiosos recursos. En el siglo XIX, las epidemias de cólera provocaron disturbios que combinaban protestas contra las autoridades sanitarias con delitos comunes como el contrabando de alimentos y la reventa de bienes básicos, en un contexto de carestía y colapso institucional.

En la era contemporánea, el modus operandi de la delincuencia epidémica ha evolucionado. Durante la pandemia de COVID-19, las redes criminales explotaron la demanda masiva de equipos de protección personal, pruebas diagnósticas y vacunas, organizando estafas en línea y distribuyendo vacunas falsas y curas perjudiciales. La digitalización permitió que estos delincuentes llevaran a cabo campañas sofisticadas, aprovechándose de la desinformación y del terror generalizado. El hecho de que millones de personas fueran víctimas de estas estafas muestra que la codicia puede florecer incluso en los momentos más oscuros.

Un fenómeno histórico relevante es la especulación durante las epidemias en ciudades portuarias. En 1793, durante la epidemia de fiebre amarilla en Filadelfia, se acusó a intermediarios sanitarios de beneficiarse de la situación, vendiendo servicios médicos y provisiones esenciales a precios exorbitantes. Esta historia nos recuerda que, lamentablemente, la explotación de crisis sanitarias no es un hecho aislado, y las lecciones del pasado son más relevantes que nunca.

La COVID-19, por lo tanto, no solo ha puesto de manifiesto la fragilidad de nuestros sistemas de salud, sino que también ha revelado las grietas en nuestra sociedad que permiten que la mala conducta florezca. La interacción de la necesidad urgente de protección y la falta de confianza en las instituciones ha creado un ambiente propicio para la delincuencia, uno que debe ser vigilado y combatido con firmeza. En estos tiempos de incertidumbre, es vital que los ciudadanos estén informados y sean críticos ante ofertas que parecen demasiado buenas para ser verdad. La historia nos enseña que, en la adversidad, siempre habrá quienes intenten aprovecharse de los demás.

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